El hermano pobre colombiano pega el estirón

May 06, 2016

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Panorama

RADIOGRAFÍA LATINOAMERICANA

El hermano pobre colombiano pega el estirón

Cenicienta histórica de las artes frente a las excelencias literarias, musicales e incluso televisivas, el cine se revitaliza con la Ley 184 y acaricia por primera vez el Óscar. Los 36 estrenos del año pasado cuadriplican los datos de la década anterior

Por: Winston Manrique


El abrazo de la serpiente no es solo el título de la película de la que más orgullosos se han sentido los colombianos, sino también el de la historia de su relación de sueños, desencuentros y desdenes con el cine de su país, que cumple este 14 de abril 119 años.

El momento es de euforia. ¿Un espejismo? En 2016, por primera vez, un filme de Colombia fue candidato a los Oscar en la categoría de Mejor película en habla no inglesa. El abrazo de la serpiente, dirigida por Ciro Guerra y producida por su esposa, Cristina Gallego, ya se había impuesto en la Quincena de Realizadores de Cannes. La película fue apoyada por la Ley de Cine de 2003. Solo en una ocasión anterior Colombia había estado presente en los galardones de Hollywood: en 2004, cuando la actriz Catalina Sandino fue nominada como mejor actriz por María, llena eres de Gracia, del estadounidense Joshua Marston.

El abrazo de la serpiente aborda la expedición del científico alemán Theodor Koch-Grünberg y el estadounidense Richard Evans Schultes en su búsqueda, con la ayuda de un chamán y último sobreviviente de una tribu, de una planta en las selvas del Amazonas. El filme se rodó en blanco y negro y oscila entre la realidad y la ficción.

Como el mismo cien colombiano. Nos encontramos, quizás, frente al arte que menos se ha desarrollado y dado satisfacciones en Colombia. Y esa es una apreciación significativa en un país con grandes autores y obras de reconocimiento internacional en la literatura, la música, la pintura, la escultura, la arquitectura y el teatro. Los 119 años de la presencia del cine en Colombia han servido básicamente para afianzar la distribución y exhibición de producciones extranjeras, con especial énfasis a las llegadas desde Hollywood. La situación solo ha empezado a cambiar con el nuevo siglo: de los nueve estrenos nacionales en 2004 se pasó a los 36 del año pasado, una cifra récord en el país. Según datos oficiales, en 13 años se han estrenado 199 películas colombianas que llevaron a las salas a 28 millones de espectadores.

Esta relación a tres cine/gobierno/espectador ha intentado reconducirse en los últimos tiempos con la producción propia y la proliferación de festivales de cine por todo el país. Una relación histórica de montaña rusa, con relativos buenos momentos en los años veinte, intentos de mejorar entre los setenta y los ochenta y de más apoyo en el presente.

El cine colombiano tiene dos niveles muy diferenciados. El primero, y con el que ha sido más constante y destacado (a su manera), es con la producción de cortometrajes y documentales de denuncia y reivindicaciones sociales y políticas. Este pequeño cine ha tratado de retratar al país en sus aspectos más polémicos y también, aunque menos, en los positivos. En cortometrajes destacan los trabajos de Carlos Mayolo y Luis Ospina (Agarrando pueblo) y, en documental, Marta Rodríguez con Testigo de un Etnocidio: Memorias de Resistencia. El segundo nivel, el de los largometrajes, refleja una cosecha muy irregular. En este estadio, las temáticas han sido más comerciales y sin apenas cine de autor.

Este panorama un tanto desértico contrasta con las series de televisión colombianas que desde los años setenta y ochenta han logrado crear un universo propio y prestigioso. Y ello incluye las telenovelas, cuya producción, guiones, realización y actores y actrices se desmarcan del típico culebrón latinoamericano. Añadamos un puñado de miniseries de alta calidad y el resultado es una producción audiovisual televisiva que ha creado escuela y servido de modelo a otros países y a la industria continental e hispanohablante que se desarrolla en la actualidad en Miami.

El reto del cine colombiano es grande para no seguir rezagado. Sobre todo teniendo en cuenta que la producción cinematográfica de otros países latinoamericanos homologables con un buen desarrollo en otras artes como México, Argentina y Chile es destacada, y cada vez más relevante a nivel internacional. ¿O, acaso, va desarrollarse directamente en el ciberespacio?

Cien años (largos) de singularidad

Todo empezó el 14 de abril de 1897. Fue un año y tres meses y medio después de que, el 28 de diciembre de 1895, los hermanos Lumière hicieran la primera proyección pública del cinematógrafo en una sala de París. Aquel 14 de abril de 1897, en la ciudad y puerto de Colón, en Panamá (entonces perteneciente a Colombia), la Compañía Universal de Variedades de Balabrega proyectó la primera película en territorio colombiano. Luego serían otras ciudades del interior como Bucaramanga, Cartagena de Indias y Bogotá, donde en septiembre de ese mismo año se pudo ver la primera película. El cine llegó a la capital colombiana, Bogotá, desde Barranquilla, donde desemboca el Río Grande de la Magdalena: el cauce por donde entonces entraba, aguas arriba por todo el centro del país, el progreso, los inventos y los viajeros.

A partir de ahí, la historia del cine colombiano se puede resumir en una especie de diario con entradas por décadas y algunos años. La biografía cinematográfica resultante sería, más o menos, esta:

1899. Es un año borrascoso para la paz del país. Es el comienzo de la Guerra de los Mil Días. Sin embargo, es dos años después de que aquel maravilloso invento, que cambiaría la manera de acercarse al mundo y transformaría la imaginación, llegara por vez primera a tierras colombianas. Fue en la ciudad de Cali, al suroccidente del país, una urbe esencial en los intentos de desarrollo de la industria. Esas turbulencias políticas dieron una mala bienvenida al cine. Hicieron difícil su expansión y desarrollo en todos los ámbitos, y las poquísimas producciones que se intentaron no salieron adelante. Una situación que parecía marcar el destino de un arte y una industria: ilusión, promesas, proyectos inacabados…

1912-1913. Recién empezada la segunda década del siglo XX son los hermanos italianos Vicente y Francesco Di Doménico quienes empiezan a dar orden a la modernidad cinematográfica. Inauguran en 1912, en Bogotá, la Sala Olimpia. Al año siguiente se crea la Sociedad Industrial Cinematográfica Latino Americana (SICLA), que busca competir con el cine que llega de otros países. Entre las producciones propias destaca un breve cortometraje: 15 de octubre, una historia polémica sobre el asesinato del general Rafael Uribe Uribe en el que intervenían los propios criminales.

1921. “La década de los veinte es la única en la historia del cine colombiano en que se puede hablar de una industria cinematográfica estable y rentable”, afirmó (marzo de 2002) el cineasta colombiano Luis Ospina durante una conferencia en la Filmoteca de la Generalitat de Catalunya, en Barcelona. La producción se hace viable y se sumaba el pequeño tejido ya establecido de distribución y exhibición.

María es el título del primer largometraje. Se trata de la adaptación de la novela homónima del colombiano Jorge Isaacs, convertida unas décadas atrás en una de las obras literarias clave del romanticismo latinoamericano. María nace del empeño de los españoles Máximo Calvo y Alfredo del Diestro y varios empresarios caleños, que crean la compañía Valle Film. El éxito es notable, pero de la película apenas se conservan unos segundos. Al año siguiente, los hermanos Domenico reinciden en la línea de las adaptaciones literarias y recurren a otro clásico colombiano: Aura o las violetas, de José María Vargas Vila.

Por aquellos días, recordó Luis Ospina, “más que nunca, las esperanzas de una industria cinematográfica estable estuvieron vivas, si bien no faltaron los problemas. Comenzaron a surgir quejas sobre la ‘mala imagen del país’ que estaba dando el cinematógrafo y la sociedad pacata colombiana impedía que las jóvenes colombianas se prestaran a aparecer en la pantalla diabólica. La Colombia Film Company de Cali optó entonces por importar de Italia divas, directores y escenografías para un par de melodramas mudos a la italiana que tuvieron poco éxito y de los cuales solo nos quedan como prueba un puñado de fotos”.

1925. Tras Bogotá y Cali, ahora es la ciudad de Medellín la que entra en la historia del cine cuando Gonzalo Mejía produce la primera superproducción del cine colombiano, Bajo el cielo antioqueño. La película supone la recreación de las costumbres de la sociedad más acomodada de su departamento, Antioquia. Otra película destacada es Alma provinciana, de Félix J. Rodríguez.

1928. Llegamos al año en que surge la empresa Cine Colombia, que sería determinante para el destino de esta industria y arte. Su objetivo esencial es la distribución y exhibición de cine extranjero, básicamente de Hollywood. Cine Colombia compra los estudios de los hermanos Di Domenico y los abandona. Desde 1928 y hasta comienzos de la década de los cuarenta la industria nacional prácticamente desaparece.

1941. Máximo Calvo, el mismo director de María, rueda Flores del valle, la primera película sonora y la primera que se proyecta.

1942. El gobierno presidido por Alfonso López Pumarejo crea la primera Ley del Cine para fomentar la producción. La Ley establece exenciones arancelarias e impuestos para quienes decidan apoyar la realización cinematográfica. Esta década coincide con el auge del cine mexicano y argentino, lo que sirve de motivación a los productores y realizadores colombianos. Se crearon varias empresas y algunos estudios, pero todo se quedó en promesas e intenciones fallidas.

1948. Año clave en la historia de Colombia con el magnicidio de Jorge Eliécer Gaitán, candidato a la presidencia de la república. Este hecho desatará por todo el territorio nacional un largo periodo que se conoce como La Violencia, y que se prolongará hasta mediados de los años cincuenta. Esta situación condiciona muchos aspectos del progreso y de la vida del país.

1954. Llega la televisión a Colombia. Para entonces el cine ya formaba parte de la vida nacional, pero la industria nacional seguía sin prosperar. Un grupo de intelectuales, entre los que figuraban Gabriel García Márquez, Álvaro Cepeda Samudio y Enrique Grau, se reúnen en la caribeña Barranquilla y empiezan a rodar La langosta azul, un cortometraje heredero de la vanguardia europea. Cuando García Márquez trabaja en el diario bogotano El Espectador no solo escribe reportajes y crónicas sino que también hace crítica de cine, una afición periodística que ya había adquirido en el diario El Universal, de Cartagena de Indias.

1955. Fuego verde, la película dirigida por Andrew Marton y protagonizada por Grace Kelly y Stewart Granger, que tuvo algunas escenas rodadas en las minas de esmeraldas de Colombia, es un ejemplo de cómo el país empieza a llamar la atención de proyectos internacionales.

1964. Los años sesenta son de relativo interés por las producciones nacionales. Aparece con fuerza la temática política y social del país. El río de las tumbas, de Julio Luzardo, constituye uno de los ejemplos más destacados. La película aborda un tema crucial en la vida colombiana, muy tratado en la literatura: la violencia política. Aquí, a través de la vida de un pueblo a orillas del río Magdalena por donde bajan cadáveres, como consecuencia de la violencia que se desató en 1948.

1967. Aparece la película Camilo, de Diego León Giraldo, sobre la vida del cura español guerrillero Camilo Torres. Cuatro décadas más tarde se rodarán películas que abordarán el tema de la guerrilla con toda clase de enfoques, desde el dramático y político hasta la comedia.

Años setenta. Una década de transición con aspectos positivos y negativos. Por un lado se fomenta el rodaje y exhibición obligatoria en las salas de cine, antes de cada largometraje, de un documental que suele girar en torno a radiografías políticas y sociales sobre la realidad del país (pobreza, niños de la calle, problemas ambientales…). Entre las películas más destacadas figura Chircales, de Marta Rodríguez y Jorge Silva, sobre una familia que vive de hacer ladrillos, y Gamín (1978), de Ciro Durán, que coloca al espectador frente a la realidad de los niños que viven en las calles. La proliferación de cortos con estas temáticas dio origen a un cine bautizado como “pornomiseria”. Este reaparecerá en los años noventa con películas de larga duración. Los documentales son impulsados también por el llamado Grupo de Cali, del que forman parte directores como Carlos Mayolo, Andrés Caicedo y Luis Ospina.

En esta década se empieza la exploración del cine más comercial, sobre todo a través de la comedia. Esta línea creativa obtiene un relativo éxito de público, sobre todo gracias a la presencia de algunas estrellas de la televisión colombiana. Por el contrario, el cine con otros registros apenas subsiste.

Años ochenta. Son los años de Focine, la Compañía de Fomento Cinematográfico creada por el Gobierno. Incentiva cierta producción pero problemas burocráticos y de corrupción hacen que a principios de los noventa eche el cierre. Una de las películas destacadas es Cóndores no entierran todos los días (1983), de Francisco Norden, sobre la violencia de los años cincuenta. En 1985 Luis Ospina presenta En busca de María, un documental que rastrea la historia de la primera película colombiana, de la que solo se conservan algunos segundos. Es el mismo director que dirá: “En Colombia no hay cine, hay películas. ¿Por qué? Porque en Colombia nunca ha existido una industria de cine, cada película es un esfuerzo aislado”.

Años noventa. En 1993 cierra Focine y este arte vuelve a quedar en la orfandad gubernamental. Con el director Víctor Gaviria reaparece con fuerza el cine documental de problemática infantil y juvenil. Entre sus películas figuran Rodrigo D. No futuro (1990) y La vendedora de rosas (1998), con las que obtuvo varios premios internacionales. Surgen otros directores como Sergio Cabrera, cuya cinta La estrategia del caracol (1994) logra una gran acogida de público y crítica. Es su década: ahí están las consecutivas Águilas no cazan moscas (1995), Ilona llega con la lluvia (1996) y Golpe de estadio (1998). Mientras cada año se estrenaban entre una y cuatro películas colombianas, la cifra de extranjeras era de 250.

Siglo XXI. Nace una nueva época para el cine colombiano tanto en la producción como en la distribución, exhibición y reconocimiento nacional e internacional. El impulso llega en 2003 con la Ley 184 o Ley del Cine, que busca fomentar la realización de películas. Además, aumentan las coproducciones internacionales que ayudan a la mejora de la calidad de los filmes y a su distribución fuera del país. Si antes un tema clave fue la violencia o el cine político y social, esta década empieza a reflejar la realidad del narcotráfico y sus estragos en la sociedad. Entre estas últimas figuran las coproducciones La virgen de los sicarios (2000), del francés Barbet Schroeder, basada en la novela homónima de Fernando Vallejo; o María llena eres de gracia (2004), del estadounidense Joshua Marston, sobre las llamadas mulas del narcotráfico. Esta cinta logró el Oso de Plata del Festival de Cine de Berlín a la mejor actriz, Catalina Sandino, que además fue candidata al Oscar. De producción netamente nacional constan Rosario Tijeras (2005), de Emilio Maillé, basada en la novela homónima de Jorge Franco, sobre la vida de una mujer sicario en Medellín, y Ciudadano Escobar (Sergio Cabrera, 2002).

Otras películas son Perder es cuestión de método (2004), de Cabrera, un trhiller policiaco; Soñar no cuesta nada (2006), de Rodrigo Triana, entre el drama y la comedia; Contracorriente (2009), de Javier Fuentes León, un drama coproducido por Colombia, Perú y Alemania, sobre un desencuentro amoroso e identidad sexual; El páramo (2012), de Jaime Osorio Márquez, un filme de terror entre Colombia, Argentina y España. El año pasado, La tierra y la sombra ganó en Cannes la Cámara de Oro, un premio que le arrebató a El hijo de Saúl, luego ganadora a película extranjera en los pasados Óscar. Y la ya citada El abrazo de la serpiente, con la que regresamos al comienzo de esta historia.

Todos esos altibajos del cine colombiano contrastan con los cerca de 70 festivales, muestras y encuentros cinematográficos por todo el país. Desde los de Cartagena de Indias y el de Bogotá, en grandes ciudades, hasta uno pequeño y multicultural en la ciudad de Neiva, al sur del país, cuyo nombre resume el pasado y el futuro de este arte en Colombia: Cinexcusa.

Winston Manrique Sabogal es periodista colombiano. Trabaja en EL PAÍS como coordinador de libros y literatura en la sección de Cultura; antes formó parte del suplemento cultural ‘Babelia’ y coordinó el blog ‘Papeles perdidos’. Sus comienzos profesionales fueron en Colprensa, la agencia de noticias de Colombia, luego como reportero de informes especiales en el diario ‘El Tiempo’ y después como cronista y coeditor de la edición dominical del diario ‘El Espectador’